Plenilunio

Me da cierto alivio cada que se me vuelve a escapar una lágrima al ver la luna.

Me gusta saber que es constante, que está ahí incluso cuando parece que no.

Que se cobija con las nubes cada tanto para escapar de los ojos curiosos que buscan ser alumbrados por su luz de la misma manera en que fueron alumbrados Bowie o Dalí, porque ya no sabe qué hacer con tanto loco.

Que puede verse plateada o dorada o roja o azul, pero siempre será ella.

Que su energía es cambiante con sus fases... pero su poder permanece sólido como sus montes.

Que siempre después de una temporada de sombra, eventualmente, se vuelve a iluminar.

Me gusta saber que no importa a dónde vaya, al caer la noche, puedo voltear al cielo y buscarla y encontrarla ahí, fiel, destellando en mi piel y en la de esa persona desnuda bailando bajo su manto en algún bosque.

Que puedo seguirle escribiendo y que, como a ti, puedo besarle con mis palabras y hacerle el amor con mis canciones.

Que te puedo encontrar en ella mientras la comparo con la simplicidad de lo humano y lo terrenal.

Que con todo y todo, con su lado oscuro y con su luz, es simple, es roca... es natural.

Es como tú y como yo y como Salvador... una mera casualidad.

Me da cierto alivio cada que se me vuelve a escapar una lágrima al ver la luna, porque me recuerda que aún existe en mí la capacidad de sentir y que, incluso cuando estoy más entumecida por la frigidez de la vida, aún con mis días de oscuridad, eventualmente, yo también me puedo volver a iluminar.