Penas de un lunes cualquiera.

He llorado tanto hoy que ya no sé... no sé dónde empieza y dónde termina el dolor.

Estaba casi segura que el café de mis pupilas se había desvaído. No sé de dónde continúan saliendo las lágrimas, no he bebido tanta agua hoy, ni nunca.

Tengo los ojos hechos dos pelotas de golf bañadas en queroseno y prendidas en fuego.

Mi cabeza parece explotar.

Mis labios vagabundos necesitan sustancia.

Mi cuerpo pide tregua... un momento de paz.

No planeaba que fuera un día particularmente diferente...

hasta que la curiosidad mató al gato con el que había hecho migas desde hace unos meses.

No he cometido mayor error en lo que va del año.

Comencé a temblar... sentí asco una vez más.

Quise escupir mis vísceras junto con todo lo demás.

Las lágrimas hicieron su parte del trabajo tratando de lavarme de adentro hacia afuera sin éxito.

Han pasado casi quince horas desde que mis ojos no paran de trabajar como dos esclavos... esclavos del dolor y la desilusión.

Incluso crearon sus propios blues para pasar el rato.

Una vez que pare, por fin, no sé qué esperar.

Los días van a continuar, decida yo hacer una aparición en ellos o no. "De nada sirve llorar"

De nada sirve nada.

Necesito un momento.

Por favor detengan el mundo para poder arrancarme los sesos antes de continuar.

¿Hay alguien...? ¿Estoy hablándole a la nada...?

¿Qué tanto más me tiene que doler...?

¿Qué tan profundo tiene que llegar para que pase de ser un capricho de la niña de 7 años y se convierta en algo válido de la mujer de 20 años después?

Al final, soy presa de mí misma.

De la inocencia de querer brincar al vacío esperando que alguien esté en el fondo para atraparme. De mi propia capacidad de ser una amante irremediable, una soñadora estúpida y sin curso, una romántica sin autor y sin libro...

y esto, esto me va a conducir a la muerte.