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Lo que me queda

  • Foto del escritor: Susana
    Susana
  • 16 abr 2023
  • 3 Min. de lectura

He estado en un viaje tortuoso en el que lo único que estoy buscando es a mí misma... pero no me hallo. Lo único que encuentro son ideas viejas que se hicieron aleación, de alguna manera, con nuevas. Encuentro complejos del pasado crecidos y desarrollados, convertidos en complejos adultos y maduros, con todo y deudas e impuestos por pagar en el presente. Llevo más de tres años en busca de mis propias respuestas, indagando en mi propio registro temporal y dejando un camino de migajas de pan por donde paso, para que, cuando inevitablemente me vuelva a perder entre mis propios laberintos, sepa por dónde regresar al inicio para empezar desde cero. Por lo menos eso lo tengo claro: siempre se puede volver a comenzar.


En estos laberintos me encuentro con algunos viejos amigos y muchos enemigos. Me cruzo con baúles que parecen contener nuevos instrumentos, pero al abrirlos me doy cuenta de que lo único que guardan son las navajas que se quedaron oxidándose en el fondo de un cajón, propagándose tétanos que podrían invadirme el cuerpo y dejarme sin nada, ovillada en un rincón en un instante de debilidad. Cada tantas vueltas a la izquierda me vuelvo a topar de frente con el espectro sombrío y coloso de la muerte que me extiende los brazos invitándome a su cobijo, seduciéndome con su tranquilidad, viéndose tan pacífica y piadosa, haciéndome complicada la decisión de darle la espalda y seguir andando, diciéndole hasta luego sabiendo que nos habremos de encontrar eventualmente. Me encuentro al General, que nunca pudo salir, y me quedo conversando un rato con él mientras me suelta sus frases sobre la guerra y el amor. Coincido con historias pasadas que tienen punto final y con otras que vuelven a abrir el libro al pasarles por el frente como flores carnívoras que reparan con la presencia de su presa. Escucho una y mil voces más musitándome al oído:"es por aquí", con tanta convicción que no pienso en otra cosa más que en seguirles sin éxito... La salida del laberinto no la encuentro por ningún lugar.

Al final siempre regreso. Me vuelvo en mis pasos, recojo mis migajas y las ingiero con desesperación, hambrienta y exhausta del

recorrido, encontrándome en el inicio una vez más, tomando bocanadas de aire hondas, haciendo un campamento y una fogata y cantando un par de canciones al rededor de ella y bajo la luna llena, agarrando fuerzas antes de volverme a aventurar, convencida de que esta vez será la buena, reiterándome la frase "somos procesos que nunca terminan" hasta que me vuelve a dar paz antes de que pierda el sentido de tanto repetirla.


Mis herramientas son casi siempre las mismas: mi voz, mi consciencia y todo lo que le he aprendido a Violeta, un par de pastillas que mantienen mi cerebro en una realidad alterna en la que todo esto no es necesario, y una pluma y la libreta que cargo muy neciamente a todos lados, aunque me haga el bolso más pesado... Son los caminos que decido tomar los que cambian de una partida a la otra; eso y las veces que reconozco senderos que ya recorrí y decido doblar al otro lado, tratando de memorizar las piedras con las que ya tropecé, para sacarles la vuelta en esta ocasión.

Al final, cuando la mayoría de las herramientas pierden su filo y se me anuba la vista y las ideas se amontonan tanto que apenas y dejan rescoldos diminutos de luz en mi conocimiento, lo único que me queda es mi propia expresión, la tinta en la pluma y la habilidad de profundizar la caída que tuve hace quince años, reescribiéndola y decorándola con palabras simples que parecen aumentarle el valor.

Palabras, así nomás, sin melodía ni métrica. Palabras que le dan carne a mis intenciones. Palabras que por sí solas no significan más que sus letras estructuradas de distintas maneras, pero que más o menos bien organizadas deshacen las marañas, dándole orden a párrafos nuevos, párrafos que se aprietan uno detrás del otro en el papel liberando espacio en mi mente para volverle a colmar de lo que sigue cuando decida adentrarme en el laberinto de nuevo. Al final, aunque realmente es el inicio, lo que sigue es poner el enfoque en lo único que me queda... que es vivir.




 
 
 

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Somos procesos que nunca terminan.

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